jueves, diciembre 18, 2008

American insights

Ella pensaba que vivía bien. Al menos, pensaba que no era pobre. Cogía el autobús todas las mañanas a las 7 dirección downtown y se dirigía a su jornada de 10 horas en la tienda. Durante el trayecto pensaba, bebía su batido de fresa bajo en calorías (aunque ella sabía que no lo era realmente), se limpiaba la suciedad acumulada debajo de las uñas. Llevaba el uniforme en una bolsa de plástico de una tienda de marca; todo el mundo llevaba bolsas con símbolos de marcas, pero nadie en ese autobús llevaba nada de valor dentro. La tenía desde el año pasado, de una vez que la tienda hizo un 70% de descuento. La guardadaba en un cajón de la cocina con el resto de bolsas del mismo tipo. Una pequeña colección. Elegía la bolsa dependiendo del día, del tiempo, del humor. Pero dentro siempre llevaba el uniforme.
Iba abrigada, demasiado. Dos pares de calcetines, guantes, bufanda, gorro, un abrigo muy grande, muy viejo. No se depilaba, nunca, ninguna parte de su cuerpo.
La gente en el autobús no hablaba, no se miraba...tenían la vista fijada en el infinito de la avenida que cruzaba la ciudad. La mayoría olía a nada, u olía mal. No perfumes en ese autobús. La mayoría tenían los dientes y las uñas amarillos, comían mal, dormían en colchones viejos, en casas viejas.
Su cortesía era un signo de obligación, de disimulo. Si no fueran corteses tendrían que decir lo que pensaban, tendrían que preguntar por qué vivían así, por qué de ese modo, por qué todos, del mismo color, en la misma parte de la ciudad. Por qué ella no iba al médico desde hacía 12 años; ya ni se acordaba de preguntárselo, pero está claro que le dolía un pulmón. Pero ese país no estaba preparado para contestar, y nadie sabía cómo hacer esas preguntas. Preguntas indiscretas, maleducadas, en el país más avanzado del mundo, en la tierra de la abundancia. Así que ella no preguntaba, en realidad nunca se le ocurrió hacerlo.
Pero ella pensaba que no era pobre, porque no vivía en la calle.

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