¿Cómo es posible que la inocente y solitaria cosa en sí se convirtiera en el horribe Falo?
Según Melanie Klein esto sucede a través de la mujer, más exactamente a través de la madre. El oscuro complejo o trauma de castración deviene el resultado de la percepción del pene dentro de la madre; de modo que la inocente y nutritiva hembra pasa de ser condiderada la fuente "dudosa" de alimento a convertirse en la amenazadora portadora de un gran falo orgánico. De aquí la creación de la mujer con pene tan controvertida en el psicoanálisis, y fuente de tantos y tantos impulsos agresivos por parte del niño; y, de paso, la identificación de la incompletud originaria, o trauma insalvable, con el gran Falo imposible, o lo Real.
Ahora bien, esta realidad inalcanzable e indefinible tiene su origen en la inocua cosa en sí. Residuo enigmático para el sujeto, que al mismo tiempo garantiza su permanecia cuerda (objetiva) en el mundo, la cosa en sí kantiana sólo aparecería en el mundo "simbólico" a través de la articulación de un enunciado propiciado por el acceso a lo sublime, esto a través de un sentimiento común que vendría a identificarse en última instancia con la capacidad a priori de lenguaje. Este acceso de lo no-"real" al lenguaje, y más concretamente a la vida política y ética se planeta siempre en la forma de un avance positivo para el género humano. Lo Real, por tanto, se consideraría el pozo sin fondo de donde el hombre extrae sus enunciados de bondad. Pero lo cierto es que la cosa en sí no sólo tiene esta amable cara. El imperativo Categórico guarda una oscura relación con el trauma, el padre, y, ya que estamos, el Falo. ¿Pues quién si no le da voz al mandato? Escondido en lo más profundo de la Gewissen kantiana se encuentra, no sólo ese superyó restrictivo que ordena según el status quo, sino también el conocedor de los impulsos oscuros. El portador de la gran evidencia de que el sujeto moral no podrá ser nunca completo, ni para lo bueno, ni para lo malo. El límite de la incompletud subjetual se hace manifiesto a través de esa voz lejana, para nada simple, que advierte al yo de las limitaciones de la reflexión consciente.
Es evidente que Kant era un optimista, pues planteado de esta manera los cambios políticos y éticos sólo tienen una dirección, y la reflexión sólo alcanza hasta el nuevo status quo adapatada a los mismos. De haber sido firmemente conservada esta creencia nos encontraríamos cada vez más cerca del mejor de los mundos posibles imaginados por el plumoso Leibniz; pero lo cierto es que la manifestación de la cosa en sí no espera a una articulación consciente, sino que se presenta de manera inesperada sin respetar la voluntad de nadie, cambiando el campo de lo lingüísticamente accesible, y, de paso, de sus posibles nuevas enunciaciones. De ahí la importancia sobre el estudio del elemento reprimido a través de sus sublimaciones visibles (véase la democracia entre una de ellas).
Es bien cierto que Kant intuyó e intentó conservar el fondo indeterminado e inacabado del elemento desconocido al formular sus imperativos hipotéticos. Y que ideó la forma de conservar al sujeto en su integridad psíquica capaz de adaptarse a los cambios inesperados mediante la formulación de los deberes perfectos.
Lo que no pensó Kant jamás es que este maternal mundo objetivo fuera a esconder en sus entrañas la polla gigante que nos iba a joder a todos cuando menos lo esperamos. ¿O sí?
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