La casita de madera
domingo, abril 25, 2010
Olvido, un tumor cerebral social que se le exige al intelectual para dejar de ser artista, y al artista se le hace a parte de lo social, un marginado sin voz, porque si es Artista es intelectual, y está muerto, parte de otra realidad. Él lo sabía cuando empezó a trabajar en la academia; olía a podrido, pero no sabía identificarlo, en ese momento el mundo era suyo, el futuro era suyo y el cambio era claro y posible. Luego pudo identificar lo podrido, pero ya no tenía sentido, porque ya no tenía nada que decir que no pudiera añadirse a la montaña humeante. De tanto agacharse, de tanto modficar una y otra vez lo escrito dejó de ser interesante, para el mundo, para él..., y el intelectual se pregunta si alguna vez podrá recuperar eso que ahora sólo puede ya oler de lejos. Excelencia académica y condena de lo social van cogidas de la mano cuando la academia sólo quiere que pongas el culo a la altura y te tires pedos condescendientes. Que vengan ya los exiliados, que se nos coman, que nos maten, porque sólo así el mundo se salvará. En ese momento el artista será rey, y si el intelectual se acuerda de sí mismo, antes de ser su "ahora mismo", quizás pueda formar parte de la corte.
domingo, septiembre 06, 2009
Apagó el despertador a las 7.05 de la mañana después de dejarlo sonar intermitentemente por más de media hora. Se levantó, se puso los pantalones del pijama y se dirigió al baño a darse una ducha. Mientras esperaba el agua caliente se paró por un momento a observarse en el espejo. Su cuerpo cambiaba, envejecía. Contempló indiferente la celulitis que había acumulado debajo de las nalgas, comprobó la elasticidad de la piel del brazo, y pegó la cara en el espejo para mirar de cerca las incipientes arrugas de la comisura de la boca. No le preocupaba especialmente el paso del tiempo. Se trataba más bien de un chequeo resignado. Un ejercicio de consciencia de sus casi treinta años.
Se duchó y volvió al cuarto. La ropa limpia estaba extendida encima de la mesa. Eligió un mono vaquero de cloro rojo y una camiseta de algodón amarilla, lisa. Se calzó las zapatillas de deporte y se miró en el espejo. Hoy no parecía tanto una niña.
Bajó a desayunar. Su madre estaba en la cocina. Le puso un café, una tostada con mermelada y le dejó un par de píldoras al lado de un vaso de agua.
-Tengo que irme. Tómate el desayuno.
-Sí mamá. Hasta luego.
Bebió el café y se comió media tostada. Se quedó mirando las pastillas.Hace una semana que ya nos las tomo -pensó-. Está mayor, no se da cuenta ni de cuando me recupero.
Sandra entró por la puerta. Hacía mucho que no la veía y se puso contenta.
-Esta tu madre?
-No, se acaba de ir a trabajar.
-Y tu hermana?
-Durmiendo. Hasta las 11 no tiene clase.
Sandra pareció alegrarse de estar solas. Se sentó delante de ella.
-Cómo estás? Has oído lo del accidente?
-No. Qué ha pasado?
-Un camión chocó con un coche en el que iban tres chicas. Las tres han muerto. El conductor está herido, pero nada grave.
-Vaya, qué putada.
-Si; una de las chicas creo que va a clase con tu hermana. Silvia Herrero.
-No me suena. Tendré que preguntárselo. Espero que no fueran amigas.
Hablaron durante media hora de sus vidas hasta que a las 8 en punto sonó la bocina del autobús enfrente de la casa.
-Tengo que irme.
-Nos veremos pronto-dijo Sandra. Que tengas un buen día.
-Adiós.
Subió al autobús y miró a su alrededor con desgana. En el cartel de la ventana frontal del autobús estaba escrito "Centro psiquiátrico de día El Jardín".
Elisa se levantó a las 9 de la mañana. Sin vestirse ni ducharse bajó a desayunar: Encendió el ordenador y comprobó su móvil. 7 llamadas perdidas de Clara. La llamó.
-Hola petarda, qué quieres tan pronto por la mañana?
-Elisa...-un silencio largo- Silvia ha muerto hace una hora en un accidente de coche.
Se duchó y volvió al cuarto. La ropa limpia estaba extendida encima de la mesa. Eligió un mono vaquero de cloro rojo y una camiseta de algodón amarilla, lisa. Se calzó las zapatillas de deporte y se miró en el espejo. Hoy no parecía tanto una niña.
Bajó a desayunar. Su madre estaba en la cocina. Le puso un café, una tostada con mermelada y le dejó un par de píldoras al lado de un vaso de agua.
-Tengo que irme. Tómate el desayuno.
-Sí mamá. Hasta luego.
Bebió el café y se comió media tostada. Se quedó mirando las pastillas.Hace una semana que ya nos las tomo -pensó-. Está mayor, no se da cuenta ni de cuando me recupero.
Sandra entró por la puerta. Hacía mucho que no la veía y se puso contenta.
-Esta tu madre?
-No, se acaba de ir a trabajar.
-Y tu hermana?
-Durmiendo. Hasta las 11 no tiene clase.
Sandra pareció alegrarse de estar solas. Se sentó delante de ella.
-Cómo estás? Has oído lo del accidente?
-No. Qué ha pasado?
-Un camión chocó con un coche en el que iban tres chicas. Las tres han muerto. El conductor está herido, pero nada grave.
-Vaya, qué putada.
-Si; una de las chicas creo que va a clase con tu hermana. Silvia Herrero.
-No me suena. Tendré que preguntárselo. Espero que no fueran amigas.
Hablaron durante media hora de sus vidas hasta que a las 8 en punto sonó la bocina del autobús enfrente de la casa.
-Tengo que irme.
-Nos veremos pronto-dijo Sandra. Que tengas un buen día.
-Adiós.
Subió al autobús y miró a su alrededor con desgana. En el cartel de la ventana frontal del autobús estaba escrito "Centro psiquiátrico de día El Jardín".
Elisa se levantó a las 9 de la mañana. Sin vestirse ni ducharse bajó a desayunar: Encendió el ordenador y comprobó su móvil. 7 llamadas perdidas de Clara. La llamó.
-Hola petarda, qué quieres tan pronto por la mañana?
-Elisa...-un silencio largo- Silvia ha muerto hace una hora en un accidente de coche.
domingo, abril 19, 2009
K.
Buscaba detrás de una mesa de número infinito un objeto de carácter infinito, cuyo origen se localizaba más allá del tiempo y el espacio y de toda capacidad de ser nombrado.
Y se encontró a sí mismo en su forma inconcebible.
Y se encontró a sí mismo en su forma inconcebible.
lunes, enero 19, 2009
Era un 18 de enero y el sol brillaba alto. Hacía calor, y se andaba por la calle sin abrigo. Si me hubieran preguntado habría dicho que era primavera. Incluso los árboles parecían creer estar recubiertos de flores y bailaban sus ramas en la suave brisa, alegrándose.
Cómo no sonreir un día de esos, cómo no pensar que el mundo es bello, a pesar de todo.
Era enero, pero el mundo se puso de acuerdo para ser primavera. En mi opinión, el mundo se puso de acuerdo para despedir como se merecía a mi abuela.
Adiós...adiós,
te recordaré siempre.
Cómo no sonreir un día de esos, cómo no pensar que el mundo es bello, a pesar de todo.
Era enero, pero el mundo se puso de acuerdo para ser primavera. En mi opinión, el mundo se puso de acuerdo para despedir como se merecía a mi abuela.
Adiós...adiós,
te recordaré siempre.
miércoles, diciembre 31, 2008
Un año queda atrás. Permanecerá en la memoria y en la carne. Las experiencias y vivencias que trajo se pegan en tu persona para continuar contigo el nuevo año que viene; y son permanentes, como una cicatriz que simboliza tus guerras y alegrías, tus sueños, encuentros y desencuentros, aventuras, esperanzas, cambios, reelaboraciones, pensamientos...
Algunos años, antes de pedir el último deseo, antes de comer la última uva, te soprendes sonriendo. La expectativa del futuro viene impregnada desde el comienzo por un fondo de tranquilidad y felicidad; las que te ha regalado el año que se va.
A veces te sientes tentado de pedir una repetición: "una vez más, por favor", "otra vez, dámelo otra vez". Y entonces te das cuenta de que, a pesar de saber que te has equivocado en muchas cosas, que has sufrido a veces, que otras perdiste de vista toda dirección..., a pesar de eso, lo has hecho bien.
Recuerdo ahora todas esas cosas, pero me pesan más todas las otras que hacen que, al final, la balanza se equilibre. Personas inolvidables, experiencias renovadoras, decisiones, perspectivas nuevas.
Mucho de esto se lo debo a unos pocos compañeros de viaje. Ellos saben quiénes son; trozos de mí ya no me pertenecen, decidí compartirlos con ellos, y nunca he estado tan conforme en un regalo. Espero haber contribuído a hacer de su año uno en el que en el último segundo se escapa la sonrisa.
Sólo me queda decir: "otra vez, por favor". Pero diferente, como no puede más que ser.
Algunos años, antes de pedir el último deseo, antes de comer la última uva, te soprendes sonriendo. La expectativa del futuro viene impregnada desde el comienzo por un fondo de tranquilidad y felicidad; las que te ha regalado el año que se va.
A veces te sientes tentado de pedir una repetición: "una vez más, por favor", "otra vez, dámelo otra vez". Y entonces te das cuenta de que, a pesar de saber que te has equivocado en muchas cosas, que has sufrido a veces, que otras perdiste de vista toda dirección..., a pesar de eso, lo has hecho bien.
Recuerdo ahora todas esas cosas, pero me pesan más todas las otras que hacen que, al final, la balanza se equilibre. Personas inolvidables, experiencias renovadoras, decisiones, perspectivas nuevas.
Mucho de esto se lo debo a unos pocos compañeros de viaje. Ellos saben quiénes son; trozos de mí ya no me pertenecen, decidí compartirlos con ellos, y nunca he estado tan conforme en un regalo. Espero haber contribuído a hacer de su año uno en el que en el último segundo se escapa la sonrisa.
Sólo me queda decir: "otra vez, por favor". Pero diferente, como no puede más que ser.
martes, diciembre 23, 2008
Philly
Es curioso como extendemos nuestros sentimientos hasta que son capaces de adherirse a las piedras. La evocación de un recuerdo que despierta una emoción dura es suficiente para atarnos a las cosas más insignificantes y vanales. Pero a la vez es bonito, y desconcertante. Esta ciudad se viene conmigo, de algún modo, de vuelta a casa.
La echaré de menos a pesar de que en ella sólo quedan ya para mí piedras.
La echaré de menos a pesar de que en ella sólo quedan ya para mí piedras.
jueves, diciembre 18, 2008
American insights
Ella pensaba que vivía bien. Al menos, pensaba que no era pobre. Cogía el autobús todas las mañanas a las 7 dirección downtown y se dirigía a su jornada de 10 horas en la tienda. Durante el trayecto pensaba, bebía su batido de fresa bajo en calorías (aunque ella sabía que no lo era realmente), se limpiaba la suciedad acumulada debajo de las uñas. Llevaba el uniforme en una bolsa de plástico de una tienda de marca; todo el mundo llevaba bolsas con símbolos de marcas, pero nadie en ese autobús llevaba nada de valor dentro. La tenía desde el año pasado, de una vez que la tienda hizo un 70% de descuento. La guardadaba en un cajón de la cocina con el resto de bolsas del mismo tipo. Una pequeña colección. Elegía la bolsa dependiendo del día, del tiempo, del humor. Pero dentro siempre llevaba el uniforme.
Iba abrigada, demasiado. Dos pares de calcetines, guantes, bufanda, gorro, un abrigo muy grande, muy viejo. No se depilaba, nunca, ninguna parte de su cuerpo.
La gente en el autobús no hablaba, no se miraba...tenían la vista fijada en el infinito de la avenida que cruzaba la ciudad. La mayoría olía a nada, u olía mal. No perfumes en ese autobús. La mayoría tenían los dientes y las uñas amarillos, comían mal, dormían en colchones viejos, en casas viejas.
Su cortesía era un signo de obligación, de disimulo. Si no fueran corteses tendrían que decir lo que pensaban, tendrían que preguntar por qué vivían así, por qué de ese modo, por qué todos, del mismo color, en la misma parte de la ciudad. Por qué ella no iba al médico desde hacía 12 años; ya ni se acordaba de preguntárselo, pero está claro que le dolía un pulmón. Pero ese país no estaba preparado para contestar, y nadie sabía cómo hacer esas preguntas. Preguntas indiscretas, maleducadas, en el país más avanzado del mundo, en la tierra de la abundancia. Así que ella no preguntaba, en realidad nunca se le ocurrió hacerlo.
Pero ella pensaba que no era pobre, porque no vivía en la calle.
Iba abrigada, demasiado. Dos pares de calcetines, guantes, bufanda, gorro, un abrigo muy grande, muy viejo. No se depilaba, nunca, ninguna parte de su cuerpo.
La gente en el autobús no hablaba, no se miraba...tenían la vista fijada en el infinito de la avenida que cruzaba la ciudad. La mayoría olía a nada, u olía mal. No perfumes en ese autobús. La mayoría tenían los dientes y las uñas amarillos, comían mal, dormían en colchones viejos, en casas viejas.
Su cortesía era un signo de obligación, de disimulo. Si no fueran corteses tendrían que decir lo que pensaban, tendrían que preguntar por qué vivían así, por qué de ese modo, por qué todos, del mismo color, en la misma parte de la ciudad. Por qué ella no iba al médico desde hacía 12 años; ya ni se acordaba de preguntárselo, pero está claro que le dolía un pulmón. Pero ese país no estaba preparado para contestar, y nadie sabía cómo hacer esas preguntas. Preguntas indiscretas, maleducadas, en el país más avanzado del mundo, en la tierra de la abundancia. Así que ella no preguntaba, en realidad nunca se le ocurrió hacerlo.
Pero ella pensaba que no era pobre, porque no vivía en la calle.
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